LA CALLE DE LOS SUEÑOS II 

El edificio de la Calle de los Sueños constaba de cuatro plantas con dos pisos por planta. Como los muertos habitaban en el segundo primero debería de interrogar el subcomisario a todos los habitantes del edificio para ver si podía recabar información que fuera trascendental para resolver el enigma.
Por la mañana, temprano, a partir de las nueve de la mañana había citado a los vecinos de puertas pares. Comenzó por los de la cuarta planta. Eran una pareja joven y según manifestaron estaban trabajando los dos. Él era veterinario en una clínica del cercano pueblo de San Sebastián de los Reyes. Ella trabajaba de administrativa en un concesionario de automóviles que estaba situado a las afueras del pueblo. Poca cosa les pudo sacar ya que por sus trabajos pasaban todo el día fuera y los fines de semana, al ser jóvenes procuraban divertirse lo que no podían hacer durante sus días laborables.
El vecino del tercero era un hombre de setenta años. Viudo desde hacía cuatro, tenía un serio problema de sordera, así que tampoco pudo encontrar nada relevante. Hablar con él fue un auténtico suplicio para el policía, acostumbrado a no subir mucho el timbre de su voz, por lo que cuando lo debía de hacer le resultaba engorroso y a veces era incapaz de controlar el tono. 
A continuación entraron los vecinos de planta de los muertos. Eran una pareja de mediana edad. Ella no trabajaba, como no tardó en enterarse el subcomisario. Hablaba hasta por los codos:
-Señor comisario-dijo-nosotros no nos metemos en la vida de nadie. Ellos eran una pareja muy normalita, ella no trabajaba, pero su piso lo tenía como los chorros del oro, como habrá podido comprobar. Yo muchos días por la mañana la llamaba y tomábamos café juntas.
-¿En alguna ocasión le comentó que tuviera algún problema con su marido o con alguien de la familia, amigos…?-la cortó Eduardo.
-¡Oh! No, nunca. Ella sólo hablaba de lo mal que lo pasaron mientras estuvieron destinados en el País Vasco, de que allí no los querían en ningún sitio. ¡Qué horror! Le he dicho a Benjamín, mi marido, que no vamos a ese lugar de vacaciones nunca.
-No lo hizo pues ningún tipo de comentarios al respecto…-insistió el policía.
-Para nada. ¿Usted se cree que yo soy una de esas mujeres que está más pendiente de lo que sucede en la casa de los demás que en la suya?
El subinspector la miró de reojo. Pero n le contestó. Prefirió guardar un prudente silencio que no revelara sus auténticos pensamientos. 
-Sin embargo si me dijo una cosa-continuó ella.
-Dígame…
-Me dijo que no se fiaba de su cuñada-confesó la mujer-Que cuando ellos no estaban ella iba y les registraba la casa.
-¿Y eso era cierto?-preguntó con paciencia el policía.
-Cuando ellos n o estaban a mi no me consta que nadie viniera al piso, salvo alguna ocasión especial, porque yo sentía cuando se abría y se cerraba la puerta.
-¿Y nunca se asomó a ver quién era el visitante?
-¡Oh! Sí, claro que lo hacía. Sabe…en estos tiempos que corren nadie puede estar seguro. Así que cuando no estaban yo siempre estaba atenta a ver quien entraba y salía del piso-contestó-Y efectivamente, era su cuñada-prosiguió-la que venía. Y nunca la vi irse llevando algo en las manos-concluyó.
-Muy bien, Adela-le dijo el policía a la vecina de planta-Puede irse. Si la necesitamos la avisaremos para que se pase por aquí. Ahora, cuando salga, si no le importa le puede decir a su marido que entre.
Benjamín entró. Era un hombre corpulento y le sobraban unos cuantos kilos. Trabajaba de repartidor de una conocida marca de cervezas por Alcobendas y pueblos del alrededor, hasta un radio de treinta kilómetros. Sus andares se acompasaban a su peso, lentos y simulando una cojera que era producto del esfuerzo diario de cargar cajas de cerveza y barriles durante veinte años. 
-Yo salgo a trabajar a eso de las siete de la mañana-dijo-Tengo que ir a la base a recoger el camión y cargarlo para poder hacer el reparto del suministro. Es un trabajo duro, como comprenderá y además nos tiene entretenidos todo el día. Sólo paramos un par de horas para comer al medio día. Cuando llegué por la noche ya estaban ustedes allí, así que lo único que supe fue lo poco que me hizo llegar Adela por whatsapp. 
-Llegó aproximadamente a eso de las ocho de la noche, ¿no?-preguntó Márquez.
-Sí, supongo que debía de ser esa hora. Otros días me entretengo con mi compañero para tomarnos unas cañas, pero como estaba todo el bloque alborotado preferí volver para tranquilizar a mi Adela.
Parecía estar profundamente enamorado de su mujer, dedujo el subinspector. Durante la charla había hecho mención a la misma en diferentes ocasiones. Viendo que de él tampoco podría sacar más réditos decidió dejarlo marchar.
-Váyase ya, Benjamín-le dijo-Cómo ya lo he dicho a su mujer si nos hiciera falta llamarles otra vez nos pondremos en contacto con ustedes.
-Gracias subinspector. Aún tendré tiempo esta mañana de recuperar algo del tiempo perdido. El reparto me espera-se despidió ligero.
Cuando salió mandó llamar al vecino del primero. Era una muchacha joven, de veintiun años, estudiante universitaria de filosofía. Al verla tuvo la impresión de que la joven vivía en su burbuja. Aparentaba ser una niña de papá. Vestía con cierta< elegancia, ropa de marca y a la vista era mona, hasta atractiva se podría decir, pensó Eduardo. Sorprendentemente con ella si encontró información relevante:
-Yo apenas los conocía. Me he mudado en septiembre a este bloque porque el alquiler que me pedían era mucho más bajo que el lugar donde vivía antes. Así que este curso lo estoy pasando aquí. Una noche, cuando volvía de tomar unas copas con unos amigos, era un fin de semana, un viernes creo recordar, oí voces al entrar en el portal. No hice demasiado caso, entre otras cosas porque yo tampoco estaba para poner mucha atención, usted entiende-dijo-Pero pude apreciar que discutían. No le podría decir de que era, porque sus voces tampoco eran escandalosas.
-Me puedo decir, cuando menos, quien llevaba la voz cantante en la discusión-le preguntó el subinspector.
-No-contestó la joven-Ya le he dicho que ni eran voces fuertes ni mi estado me permitía estar pendiente.
La despidió con amabilidad y con el mismo mensaje que ya había ido transmitiendo al resto de vecinos. Por lo menos en este caso había conseguido averiguar que alguna discusión habían tenido. Al pensar en ello, mientras esperaba que llegara la hermana del fallecido, le resultó altamente sorprendente que hubiera sido la persona en la que menos habría confiado la que le facilitara más información de todos los vecinos que había visto aquella mañana. Sabía por propia experiencia de sus padres que en todo hogar de vez en cuando suele haber alguna disputa. Por tanto era extraño que nadie hubiese oído nunca nada en varios años que llevaban viviendo en aquel piso.
Inma, la hermana, llegó una media hora más tarde. Lo hizo acompañada por Ezequiel, el joven guardia civil que había conocido el día anterior al llegar a la escena del crimen. Inma Manteiga era una mujer de veintiséis años, de baja estatura, en consonancia con su hermano, que era bastante alto. 
-Bien Inma-le dijo Eduardo cuando se presentaron y él le indicó que se sentara al otro lado de la mesa-Cuénteme lo que sucedió. Quiero que me lo cuente con mucha tranquilidad, despacito, procure que no se le pase ningún detalle. Es importante para la investigación saberlo.
Y ella comenzó a hablar: por lo general visitaba a su hermano y su cuñada una vez por semana. Ella vivía con su pareja, otro guardia civil, en el vecino pueblo de San Sebastián de los Reyes. Lo hacía porque se había criado junto a su hermano y para los dos era importante seguir manteniendo el contacto físico de poderse ver. Cuando llegó le sorprendió que no hubiera ruido en el piso y que nadie acudiera a abrirle la puerta. El resto lo fue desgranando con lágrimas en los ojos y entre sollozos. Tampoco le dijo nada que no supiera ya. Cuando terminó el relato le preguntó:
-¿Ha notado si faltaba algún objeto de valor?
-No que yo haya visto-contestó lacónica.
-Bien dígame, Inma-la pregunta iba a ser delicada-¿Sabe usted si entre su hermano y su cuñada había una buena relación conyugal, si había problemas entre la pareja?
-Eran una pareja normal-contestó. Nuevas lágrimas se deslizaron por sus sonrosadas mejillas-Yo nunca los vi discutir. Al revés, estaban pensando en tener un niño pronto. Tal vez ya lo estuvieran buscando.
-Se lo digo porque al examinar los cadáveres pudimos apreciar marcas de arañazos en los brazos de los dos-insistió el policía.
Y ella se puso a llorar nuevamente desconsolada. Pero no consiguió arrancarle ninguna nueva palabra sobre una supuesta mala relación entre la pareja muerta. Finalmente le dijo que se podía marchar, pero que procurara estar localizable por si tenían que hacerle nuevas preguntas.
Al marcharse Inma y quedarse sólo en el despacho Eduardo decidió salir a la calle para fumarse un cigarrillo. En el momento de salir del despacho se encontró con Ezequiel que entraba. 
-Señor-dijo-acaban de enviar el resultado de la autopsia.
-Déjelos encima de mi mesa-contestó-Ahora necesito fumarme un cigarrillo. ¿Me acompaña?
Los dos se dirigieron a la puerta de la comisaría. Nada más atravesarla Eduardo sacó la cajetilla de tabaco y extrajo un pitillo. Rapidamente también sacó el encendedor y encendió la mecha aspirando ávidamente el humo. 
-Esto no va a resultar fácil de resolver, Ezequiel-dijo-Nada en todo esto tiene ningún sentido.
-Señor, la violencia de género no tiene nunca ningún sentido-replicó el agente.
-¿Y podemos afirmar tajantemente que fue violencia de género?
La pregunta se quedó en el aire, como el humo que iba saliendo por la boca de Eduardo Márquez, subinspector de policía. Una carrera brillante, según decían sus superiores.

LUIS DE DIEGOO ÁGUILA

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