LA ALFOMBRA VOLADORA
Bullen, en cálidas calderas,
las atribuladas ideas, nómadas
que arrastran rebaños en peregrinaje
de días que abrasan sus sombras,
oasis de dunas en el camino.
Las frías noches se alimentan,
en el desierto, de historias
que hipnotizan peregrinos,
¿dónde la fantasía, sino, se declaró
enemiga de los estrellados cielos?
Contaban los pastores, envejecidos
por el desierto, el sol y la arena,
sus románticas historias imposibles.
Allí estaba la alfombra voladora
y Aladino era su dueño y señor.
Soñaban los niños y los peregrinos,
dormitaban los camellos cerca del agua,
caían las últimas brasas de la noche
y tímidos rayos de sol apartaban
frías arenas para entrever la alfombra voladora.
LUIS DE DIEGO ÁGUILA

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