LAS MASA DE LAS CROQUETAS

Cuando Sagrario se despertó, cuando consiguió despabilarse y quitarse de encima la pareza que la embriagaba al abandona r el sueño reparador y entrar su cerebro en ebullición de un nuevo día, se dio cuenta que no estaba en su cama. Fue lo primero que pudo observar, que estaba en una especie de celda de extraña prisión. A continuación observó que estaba casi completamente desnuda, vestida sólo con unos harapos que no sabía de dónde habían salido. Y ella era realmente un tanto puritana para mostrarse casi desnuda en un lugar que no conocía de nada. 

Conforme pasaban los minutos y se iba haciendo al lugar donde se encontraba pudo darse cuenta que no estaba sola, que había otras mujeres como ella allí recluidas, pero cuando trató de comunicarse con ellas no pudo emitir sonido alguno, por lo tanto tampoco podía hablar. Hizo recapitulación de observaciones: estaba en una celda con otras mujeres que, como ella, iban apenas tapadas por harapos en sus partes íntimas. No podía hablar y parecía que las otras mujeres tampoco podían hacerlo.

Justo en ese instante se llevó una nueva sorpresa que la dejó inmovilizada: una especie de simio, vestido, entró en su cubículo, látigo en mano y comenzó a fustigar a las, aparentemente, presidiarias para que no se le acercaran mientras inspeccionaba la celda. Sagrario se permitió mirarlo directamente a los ojos y el mono, mirándola con altanería le dijo:

-¿Y tú que miras, humana despreciable?-sus ojos la miraban encendidos en odio.

Ella trató de hablar, sin recordar que no podía hacerlo. Esto provocó que el hombre mono le soltara un latigazo en la espalda, pero ella ni siquiera pudo lanzar un alarido de dolor cuando sintió el resquemor del látigo sobre su piel.

Entraron otros dos simios, aparentemente de inferior categoría que el primero, con una goma de agua de la cual comenzó a brotar el líquido elemento y ellos lo dirigieron a los cuerpos de las mujeres para ducharlas.

Al sentir Sagrario el contacto del agua con su espalda no pudo reprimir que las lágrimas se asomaran a sus ojos. El contacto del agua al rastro dejado por la piel de caballo sobre su espalda le provocaba un dolor insoportable.

Los dos ayudantes terminaron su trabajo y se retiraron con la goma. Mientras el que actuaba como jefe las miraba, parecía< estar dando el visto bueno al estado que las había dejado la reparadora ducha, con lo que parecía una leve sonrisa en la comisura de sus labios. 

-Bien humanas-dijo por fin-más vale que descanséis bien esta noche, porque mañana tenéis por delante un largo día de trabajo en las canteras.

Al oír esto Sagrario dio un respingo y se aterrorizó. Ella nunca había sido una mujer de hacer grandes esfuerzos, ni siquiera de coger cosas excesiva<mente pesadas. ¡Y aquella cosa acababa de decir que al día siguiente iban a trabajar en la cantera! Si sólo por mirarlo la había azotado, ¿qué le podrían hacer por no ser capaz de soportar el trabajo en las canteras? Sintió como un ahogamiento en su corazón, que se asfixiaba y no podía respirar…

No pudo pegar ojo en toda la noche. No paraba de dar vueltas y más vueltas en la cama, sin poder conciliar el sueño. Se acordó, de repente, de su hija adolescente, de la cual n o sabía nada, ni siquiera si estaba allí, ni si estaba en poder de aquellos simios, o donde podría estar. Creía que se iba a volver loca.

Cuando por la mañana lo que parecían dos simios de distinto sexo entraron en las celdas para repartir el desayuno, su voz pareció aliviarla un poco. 

-Buenos días.-dijo la que parecía una mujer mono, vestida con atuendo oficial de lo que parecía una prisión-Espero que os encontréis bien y hoy podáis ir a trabajar en las canteras con el resto de los reclusos.

La voz de aquella mujer sonaba agradable en contraposición a la del mono que había conocido la tarde anterior, Su compañero, que también vestía el atuendo oficial del lugar, se mostraba cauto y reservado, aunque tampoco parecía animal del que desconfiar. Se limitó a ir dejando las bandejas con los desayunos en la puerta de las celdas de las reclusas. En aquellos calabozos, había podido observar la reclusa, había una buena visibilidad durante todo el día lo cual era sorprendente para ser un centro penitenciario, como parecía ser. 

La mujer comenzó a hacer lo que parecía una pequeña revisión médica a cada una de las reclusas. Cuando le tocó el turno a Sagrario, ésta trató de emitir sonidos, de hablar, pero nuevamente tuvo que aceptar que no era capaz de realizarlos. Sin embargo sus intentos no pasaron de largo para la simia, la cual mirándola a los ojos le habló por primera vez:

-Vaya, vaya,-dijo con cierto asombro-parece que intentaras hablar-y se rio-jajajaja. Humana, ¿acaso no sabes que no podéis hablar? Más vale que guardes tus fuerzas para el duro día de trabajo que vas a tener que soportar.-añadió.

Pero Sagrario no se rendía en su intento de hacerse comprender por la mujer mono. Vio que llevaba una libreta y un bolígrafo que trató de arrebatarle, pero su ayudante, el macho, se lo impidió. La simia la miró con cierto asombro esta vez. 

-¿Por qué intentas arrebatarme la libreta y el lápiz?-le preguntó.

Ella sólo pudo hablar por gestos diciéndole que se lo diera. La mujer mono no dejaba de estar cada vez más sorprendida, pues hasta ese día nunca se había encontrado con una humana que denotara tales características de inteligencia. Tal vez ese fue el motivo por el que le entregó, no sin cierto temor, el cuaderno a la humana. Cuando Sagrario tuvo la libreta en sus manos escribió en letras mayúsculas, para que fueran fácilmente comprensibles:

-<<¿QUÉ HAGO YO EN ESTE LUGAR?>>

El asombro en el rostro de la mujer mono pasó a estupefacción.

-No,-dijo-no puede ser. No hay ningún humano que pueda escribir. ¡No saben!

-Doctora Elvira-habló por primera vez el otro simio-como dice nuestro refranero: “es la excepción que confirma la regla”.-en su tono no dejaba de denotarse una cierta ironía encubierta. 

-Pero no puede ser, Cecilio-respondió ella-¿Quién le ha enseñado a escribir? Nosotros no lo hacemos. Y por su cuenta no puede haberlo hecho porque no tienen posibilidades. Hay que poder en conocimiento del Consejo de Seguridad Nacional este hecho. 

-Doctora Elvira, ¿entonces esta mañana la enviamos a trabajar a las canteras?-preguntó Cecilio con impaciencia.

-Por supuesto que sí.-respondió ella con contundencia-Debo de hacer antes un informe y entregarlo al consejo. Ellos decidirán que hacen.

Y dicho lo cual la mujer mono se retiró del lugar, saliendo por la misma puerta que había entrado. Quedó tan solo Cecilio, que le retiró de las manos la libreta y el bolígrafo a Sagrario y recogió los restos de los desayunos. Cuando estaba acabando con este trabajo entró el guardián del día anterior, con su inseparable látigo, junto a unos cuantos hombres más que comenzaron a abrir las celdas de las reclusas. 

Ellas fueron saliendo de las celdas y a empujones de los guardianes se fueron colocando en una hilera. Luego el hombre del látigo dio orden de partir y fueron saliendo. El día era solead, ampliamente soleado y caluroso. Las llevaron andando durante un largo trayecto hasta unas montañas que parecían cercanas, pero que al hacer el camino había una distancia considerable hasta ellas. 
Cuando llegaron al lugar unas enormes vallas vetaban la entrada a todo aquel que no estuviera autorizado o fuera conducido para trabajar en las canteras. Los simios comenzaron a repartirles picos y palas y a dirigir a las mujeres a los lugares donde debían de desempeñar su función. Un simio hombre que parecía ejercer las funciones de capataz les iba explicando lo que tenían que hacer.
Sagrario fue destinada con un grupo de tres mujeres más a una zona de pared alta y blanca que debían de ir cortando con los pico. Luego con las palas debían de depositar la piedra cortada en unas vagonetas que de rato en rato eran reemplazadas, una vez que estaban llenas o casi llenas.
Al rato de estar trabajando el cansancio se comenzó a hacer dueño de Sagrario. Las fuerzas le comenzaron a flaquear y su pala por momentos comenzaba a dejar de depositar las piedras en la carretilla. Poco a poco fue perdiendo la consciencia y se dio cuenta que se iba derrumbando sobre el suelo arenoso.

-¡Mamá!¡Mamá!-oyó Sagrario que la llamaba una voz femenina que aparentaba ser la de su hija. 

Sagrario, poco a poco, fue abriendo los ojos. Sentía un extraño sopor que le impedía terminar de despertarse, pero su hija seguía insistiendo. Cuando por fin fue tomando consciencia de donde estaba y que la acababan de despertar, en la cara se notó como algo pegajoso en el lado derecho de la misma. De pronto se dio cuenta que se había quedado dormida y que su cabeza había caído dentro del bol donde estaba preparando la masa de las croquetas. 

Su hija al verla con toda el lado del rostro embadurnado de carne y demás elementos de la masa de no pudo de dejar escapar una serie de carcajadas que duraron un buen rato. 

Sagrario miró al televisor que tenía enfrente. Cuando hacía croquetas le gustaba ver viejas películas de su juventud. En la pantalla se veía la escena final de •”El planeta de los simios”.

LUIS DE DIEGO ÁGUILA

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