SINFONÍA PARA ORQUESTA
Los espectadores remueven
sus nerviosas figuras en los asientos.
Y ahí, por un costado del escenario,
aparece el hombre del frac.
El público hace un respetuoso silencio tras aplausos
ante su comparecencia, los músicos
dejan de afinar sus instrumentos.
¡El silencio se hace dueño de la sala.!
El director, respetuosamente, saluda al respetable,
(válgame tamaña redundancia de respeto)
y girando sobre sí, dirige su gesticulación
a la orquesta, silente, inmóvil, esperando,
la cual mantiene su espectante figura.
Levanta ambas manos y la música,
cual mosaico de concatenaciones
comienza a fluir por el recinto acústico.
Las luces pasan a envolver tan sólo a la orquesta,
donde el director pone semblante de agrado,
aunque el público no lo vea, mientras
con la vara y su mano libre no cesa
en movimientos, cualquiera diría alocados,
de manejar a los musicales ejecutores,
¿suena ahora un clarinete, o una flauta,
tal vez un violonchelo, o un violín?
Cuando termina la interpretación
el teatro estalla en aplausos, en vítores,
significación de que el público ha gozado.
Y el director saluda, hace saludar
a sus elegantes músicos, abiertos en medio círculo
en su derredor, como alumnos ante su maestro.
Llega la hora del disfrute de la orquesta
y el director dirige nuevamente, deja hacer.
LUIS DE DIEGO AGUILA

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